¡Feliz año nuevo Comcaák!

02 de julio de 2018

Es poco lo que se puede decir de los moradores de la isla del Tiburón que no suene a poesía. Inspirados por los vientos que lo llenan todo de sal, quienes los visitan hablan de ellos y su cultura como un misterio insondable, tan profundo como el mar del que nació la vida. Más allá de ese rumor inalcanzable y del férreo celo con el que protegen sus milenarias tradiciones, están ellos, los Comcaák, "la gente". Los esfuerzos por desentrañar la red de su cosmogonía parecen vanos, se estrellan contra el muro de algo más fuerte aún que la voluntad de este pueblo originario: El tiempo. Así, protegidos por los siglos, estos guardianes del mar danzan al ritmo de una música que muchos han escuchado, pero que pocos logran comprender. Ese conocimiento les pertenece por completo. Con todo, la Nación Comcaák le ha abierto la puerta a aquellos que buscan en su forma de vida una verdad oculta, esa que parece que sólo a ellos les susurran las olas. CELEBRAR LA VIDA Cada 30 de junio el año muere en la Nación Comcaák y se abre paso un nuevo ciclo, en el que el desierto se vuelve generoso y les regala el alimento ancestral. El mar, líquido proveedor, también les bendice: Los hombres se embarcan en busca de la caguama, el espíritu que creó la Tierra y que hoy los nutre con su carne. Conocer los tiempos de la naturaleza y, sobre todo, el respeto que le muestran, le permite a "la gente" vivir a su aire; la autosustentabilidad es la clave de su independencia. Apenas amanece y el Sol, implacable, derrama sus rayos sobre las chozas adornadas con listones coloridos. Las faldas de las mujeres se mecen al viento en ese ir y venir que implica prepararlo todo: La leña para los fogones, la masa para el pan, la bebida de pitahaya. Ellas manejan con maestría unas astillas afiladas, sumergiéndolas en tintes blancos, rojos y azules para crear los diseños que les adornan los rostros; las mujeres de la arena resaltan su belleza tostada con estos trazos, cada uno con un significado particular. DE FIESTA Luego viene el paseo de la bandera de su Nación, izada al Centro del pueblo y que saludan con solemnidad. Algunos disparos al cielo rompen el ritmo perpetuo del océano y llegan las expresiones de júbilo. Avanza la tarde y el aire se satura con deliciosos aromas: El pollo, los moluscos, los pescados y el pan recién hecho hacen la boca de agua. Y la alegría. El movimiento es la marca de su sino, como nómadas que han sido. Es natural que el nuevo ciclo les sorprenda bailando. Los pies, desnudos o calzados apenas con sandalias, cimbran los cajones de madera enterrados en la arena. El canto que acompaña estas danzas parece reverberar en su espíritu como el eco en las cuevas: Vocalizan un sonido milenario, cargado de la sabiduría de muchos años. Su fe irreprochable en la naturaleza, su empatía con la Tierra, el cielo y el mar vuelve a los Comcaák un pueblo único, verdaderamente originario. El Año Nuevo es fiesta de agradecimiento, pero también de validación: Es la hora en que se refrendan como dueños indiscutibles del espacio que habitan y que han protegido con la vida. Todos aquellos que tengan la fortuna de presenciar esa comunión con el mundo natural deberán reconocerlo. Por Claudia Villanueva\ cvillanueva@elimparcial.com