Salir de viaje implica un riesgo en muchos contextos.
Visitar los Estados Unidos no deja de parecerme asombroso: grandes vialidades, todo
limpio y ordenado, grandes centros comerciales con tiendas de “marca”, asombrosos
parques de diversiones, museos, muchas, muchas cosas que en México podemos tener
pero de alguna manera no son iguales.
Por otro lado, lo que detesto es la forma que tienen algunos de sus ciudadanos de
tratarnos, las injusticias con nuestros compatriotas y latinos en general. Me molesto
conmigo misma por esperar tres horas para cruzar la frontera a un país donde el
racismo predomina, me molesta su presidente que trabaja para que sus leyes
perjudiquen tanto a los que viven en él y a los que no, con sus políticas económicas y
migratorias. Sin embargo y por sobre todas las cosas, me molesta sobremanera los
políticos de México y la política de mierda que hacen, cuando veo a tantas personas -
adultos mayores, adultos e infantes- vendiendo desde comida, mascotas, chicles y
chocolates, sin una mejor oportunidad para avanzar en sus vidas. Me molesta ver
tanta pobreza, mientras que la clase política a la que le hemos confiado nuestro país,
viven en el lujo y despilfarro a costa de la ciudadanía que les otorgamos el voto.
Mientras los minutos pasan reflexiono hacia donde voy en ese instante y en la
situación de mi país. Por un momento me siento culpable por ir a vacacionar, a gastar
mi dinero, lo que a esa gente tanta falta le hace, como si nada sucediera. No obstante,
pienso que me los he ganado trabajando. Soy una ciudadana que cumple con sus
obligaciones fiscales, que todos los días se esfuerza por hacer muy bien su trabajo.
En fin, me duele México y su desigualdad y eso da pie para que haga –vuelva a hacer-
consciencia -ahora que las elecciones están a la vuelta de la esquina-, por quien he de
votar.
La fila de automóviles avanza y atrás se queda mi país al que amo y por el cual trabajo
y lucho desde mi trinchera, para que éste sea mejor.
Pero bueno, lo que al final deseo compartir con ustedes y motivo principal de este
texto, es eso que les mencioné al inicio; salir de viaje ya sea por trabajo o placer es un
riesgo.
Es confortable salir a recorrer el mundo. Es maravilloso descubrir nuevos caminos
que muestran el mismo mar, pero diferente. Asombrarme con el desierto y la
diversidad de su flora, porque eso me hace formular preguntas que me llevan a la
lectura y a su vez a nuevos conocimientos. Es increíble como me hago consciente del
tiempo y cuánto este ha pasado desde la última vez que estuve en un lugar. Es querer
poder leer las formaciones rocosas que se me muestran al paso y ver como cada uno
de sus estratos, son hojas de un libro abierto que no sé traducir y sin embargo me
apasiona, haciendo que mi mente imagine y vuele miles y miles de años atrás.
Salir y viajar. Andar caminos ya hechos, prístinos y nuevos a la vez. Caminos que
atraviesan el corazón de una montaña partida en dos a fuerza de la necesidad y
necedad de los seres humanos de sentirse cerca de otros. De acortar las distancias que
nos unen. Viajar es reír, a veces también llorar, sobre todo si las emociones están a flor
de piel y cualquier estímulo es pretexto para dejar que como un regalo, las lágrimas
nos desborden, fluyan. Es cantar una vieja canción que me lleva de vuelta a la época de
mi juventud y darme cuenta que envejecer no es tan malo como se cree, todo lo
contrario, porque me siento más plena, más humana, más sensible, más amada, sin
duda, más, mucho más feliz que en cualquier otro tiempo.
Pese a todo esto, el riesgo está latente y uno de ellos es el de extrañar a la familia
–mascotas incluidas-. La calidez de la cama que conoce de memoria mi cuerpo. La
intimidad de una oscuridad ya conocida. El aroma del café por la mañana, en la cocina.
Los ladridos de los perros cuando rascan la puerta para salir a pasear. La salida del sol
coronando la isla La Tortuga. La calma del mar que todas las días espera callado.
De alguna forma me extraño a mi misma en la cotidianidad de ser. Extraño todas las
cosas que atesoro y amo y que quedan en espera de mi regreso.
Sobre todo me extraño en él, en mi mar, e imagino el momento de verlo por sobre la
carretera dándome la bienvenida tan pacífico con su risa de suave ola.
Volver es tener la certeza que este es el sitio en el que deseo terminar mis días.
Volver es la tranquilad de sentirme en casa, mi lugar más seguro.
Certeza y seguridad que recuerdo, muchas personas no tienen.
**Patricia Valenzuela L.**